Seguimos trabajando y jugando desde casa.
Hoy comenzamos con la fábula de Esopo.
La Liebre y la Tortuga
En el pueblo de los animales parlanchines vivía una liebre con unas orejas muy grandes. La liebre era muy veloz y, por eso, le gustaba presumir delante de todos los animales por ser la más rápida corriendo. Además, la liebre siempre se reía de la tortuga, de sus patas cortas y de su lento caminar. Todos los días, al ver pasar a la tortuga, la liebre le decía: -¡Buenos días, señora tortuga! ¿A dónde va usted tan lenta? ¡Ja, ja, ja!
La tortuga, que era muy buena, no se enojaba nunca, porque quería llevarse bien con todos sus vecinos.
Una mañana la tortuga tuvo una idea y le dijo a la liebre: -¡Buenos días señora liebre! Todos los días la oigo decir lo mismo, pero ¿se atreve a correr conmigo para ver cuál de las dos llega antes a la meta? La liebre, al oír esto, casi se muere de la risa, pensando que le ganaría fácilmente pero, como tenía ganas de divertirse un rato, aceptó.
Como juez de la carrera eligieron a la zorra. Todos los animales del pueblo se reunieron para verlos correr: el mono, el hipopótamo, el oso, el búho, el loro y hasta el pájaro carpintero acudió a la competición.
La señora zorra dio la señal de salida: -¡Preparados, listos…ya!- Y la carrera comenzó. La liebre salió corriendo y cuando la tortuga había dado solo dos pasos ella ya se había perdido de vista. La liebre, al ver que se había alejado mucho de la tortuga, se paró a descansar en una roca y se quedó dormida.
Mientras tanto, la tortuga seguía caminando y, aprovechando el sueño de la liebre, la lenta tortuga, pasito a pasito y sin parar, se fue acercando a la línea de meta, hasta conseguir ganar la carrera.
Cuando la liebre se despertó ya estaba atardeciendo, miró hacia atrás y, al no ver a la tortuga, se echó a reír pensando que aún estaría muy lejos. Estiró un poco las piernas y, de un salto llegó a la meta. Pero no le sirvió de nada, porque la tortuga había llegado antes.
Desde entonces, la liebre comprendió que no hay que dejar las cosas sin terminar, que tampoco hay que burlarse de los demás y que, poco a poco y sin parar, las metas se pueden alcanzar.